Locales

La herencia de Darío

Gabriel Monferato recordó

LA HERENCIA DE DARÍO

Saliste a saludarme ayer, desde un álbum de figuritas con leyendas, que decían tu historia, que decían mis cosas, nos contaban.
Entonces salí al encuentro de un poema inconcluso en carpeta que emprende diciendo que desde la torre mansa se hace oír el pertinaz, y un tanto desparejo, toque de campanas a deshoras y que desde todos los baldíos se convoca a la cita informal de una pelota.
Necesitaba más versos para que fueran tantas las travesuras anónimas.
Estabas hecho de eso: de chiquilladas y juegos, y pillerías recónditas, de puro niño en cuerpo de grande, un niño eterno que crecía a solas.
Y eso eras, el personaje que incumbiera, el mejor amigo en todas, el hermano o chico de mandados, el más fanático en todos los partidos, el tío o el sobrino, el ahijado nuevo, el invitado más comedido.
Tus cubiertos tenían sitio en cualquier mesa, fuera de fiesta o de ronda, porque a pura bondad y picardía ese territorio has conseguido en cada corazón de un pueblo cierto del que fuiste el mejor de los vecinos.
Las calles eran tuyas, y los rincones con vueltas de la plaza te pertenecieron.
Eras la nota de alegría si había contratiempos, y ponías más dicha en días buenos.
No fue ahora que te crecieron las alas para el vuelo, siempre tuviste dos pares:
un ala muy azul con otra de amarillo en soles, y uno semejante en blanco y negro; uno de dos te alcanzó para beberte en una noche todo el aire y ganar el cielo.
Aquí abajo quedamos con tu herencia: una mueca de osadía entre la gente, la risa dibujada siempre en presente y la certeza de ser todos en un entero
para saber desde vos y con razón que no existen quienes parezcan diferentes.
Nos dejaste el tono más fiel de la inocencia en el sueño de la infancia eterna y el convencimiento que la simpatía en la magia del amor todo lo inventa.
Nos legaste la pasión de la amistad en cualquiera de sus formas y maneras, la sencillez y la ternura en tu recuerdo, y la fidelidad a la alegría inmensa.
Abriste todas las alas que tenías al momento para alcanzar el último vuelo mientras suenan todas las campanas que sonaron a deshoras en tu otro cielo.
El abrazo que nos une es un sol cálido de mayo, único abrazo que podemos.
Mome: con el apego al suelo de la infancia y toda la ternura de tu herencia te saludo, niño grande, y te celebro desde un álbum de figuritas con leyendas.

GABRIEL MONFERATO
10 de Mayo de 2020, en cuarentena

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